Sonó el despertador y X se levanto. Era uno de esos despertadores pequeños y baratos. Se lo compro tan solo hace la semana y ya tenía la tapa de las pilas rota, por lo que al apagarlo, la pila salió disparada y se fue rodando bajo la cama.
Era de día, aunque en la habitación de X no se notaba. Vivía en una de esas casas, que parecía vieja aunque no lo fuese tanto. Una de esas casas mal montadas, donde la única y pequeña ventana que tenía en su habitación daba a una especie de patio interno donde no llegaba la luz solar. El resto de la casa con todo el suelo de racholas donde siempre le faltaba alguna o tenía un par rotas en cada estancia, era también de reducido tamaño y en las paredes se veían cables eléctricos pintados y repintados que ya estaban grises de la cantidad de polvo que tenían adheridos. Los techos, altos, estaban plagados de telarañas llenas de polvo, X las veía cada día y se decía que ya pediría una escalera al vecino en algún momento, cuando tuviese tiempo y ganas para limpiaría eso. Aunque, sabía que no serviría de nada, en esa casa, por mucho que la limpiaras siempre tenía aspecto de estar algo sucia y apagada, y aunque le dedicases todas tus fuerzas, la única manera de que esa casa estuviese 100% limpia seria derullendola, pero X podía decir gracias de que tenía un alquiler relativamente barato por vivir allí.
Se decidió a levantarse y se dirigió a la cocina (la estancia más grande de toda la casa), abrió su vieja nevera que no hacia más que emitir un ruido molesto y constante del ventilador que se oía más fuerte al abrir la puertecita de la nevera. Esta, estaba llena conservas, cosas a medio pudrir y bastante suciedad pegada en el fondo de ella. Solo al abrirla y notar ese olor de cerrado frio, a X se le pasaron las ganas de comer nada. Se acerco al fregadero, este estaba mal montado y no aislaba bien el desagüe, que emitía un olor de cloaca, sobre todo si abrías el grifo y corría algo de agua. En si la cocina siempre repugno a X, las paredes estaban pegajosas de la gasa al cocinar ya que el extractor de humos no funcionaba desde hacía años, y a esa grasa se le pegaba capas y capas de polvo de décadas atrás. En la pica, por estar mal montada se tenía que ir con cuidado en verano de no dejar ningún plato sucio, o de la alcantarilla subían babosas que se instalaban entre las junturas de silicona (ya negra por el pasar de los años).
Sin prestar más atención a esa imagen ya conocida, X miro por debajo de la pica donde estaban las bombonas de butano, comprobó que todas estaban vacías y una estaba conectada al cabezal de la caldera. La levanto un poco para saber la cantidad de gas que le quedaba, no mucha al parecer por la facilidad en que levanto la bombona. Se le empezó a echar el tiempo encima así que encendió la caldera con una cerilla y se fue a la ducha para despejarse un poco e ir a trabajar.
El baño era minúsculo y del techo colgaban dos cablecitos llenos de polvo que daban energía a una pequeña bombilla de luz amarillenta. Las paredes eran de un color verde amarillento que X siempre se pregunto si era el color original de esa pared o no, ya que el pasar del tiempo y el vapor abrían cambiado la tonalidad de la pared seguro.
Abrió el grifo y salió un pequeño chorrito de agua templada (en ese edificio nunca había suficiente presión de agua), ese chorrito a los pocos minutos fue de agua completamente fría. Eso era seguramente porque la caldera se ahogo por algún motivo, como siempre, y X tuvo que salir de la ducha y volver a encender la caldera con una cerilla. Volvió corriendo a la ducha e intento disfrutar lo mejor que pudo de ese pequeño chorro sin presión de agua templada.
Volvió a su habitación y cogió su ropa de trabajo, un uniforme de una cadena de comida rápida. El uniforme, por mucho que lo lavase olía a sudor y a fritanga de manera penetrante, o eso pensaba X, ya que después de años quizá asociaba ese olor a esa prenda de ropa y no era más que un efecto sicosomático. Fuese lo que fuese, a X le daba mucho reparo ponerse esa ropa, ya que no había vestuarios en su trabajo y tenía que ir con ella puesta los 15 minutos de trayecto en metro hasta llegar a su trabajo, con la sensación de que la gente se apartaba de el por ese olor. Luego en el trabajo se pasaba 8 horas detrás de una freidora sudando y haciendo “comida”.
Esa era su vida, y lo sigue siendo, día tras día.
domingo, 25 de julio de 2010
miércoles, 3 de marzo de 2010
...
Me levante por la mañana, sorprendido, pues no estaba en mi cama, ni en mi habitación, ni siquiera era por la mañana. Me encontraba en una cama enorme que se situaba en medio de una habitación inmensa, más grande que mi propio apartamento, una habitación de estilo clásico y llena de alfombras. En ese lugar tan ajeno a mí, se encontraban misteriosamente mis preciados libros en un rincón, mi jardincito de flores en otro y algunos objetos que me pertenecían en una mesita cerca de la puerta.
Totalmente incomodo por encontrarme en un lugar tan elegante, me incorpore, vestí y salí de allí.
Al salir, vi un montón de puertas numeradas, por lo que deduje que me encontraba en una especie de hotel, así que con paso ligero me dirigí a la salida. Por mi sorpresa, no del todo agradable, al bajar las escaleras, me encontrarme en un salón inmenso lleno de mesas donde se servía comida y bebida y en abundancia, y allí estaban, disfrutando de aquel manjar, antiguos compañeros de colegio, instituto y trabajos que ya para mí se perdieron en la inmensidad del tiempo y la memoria. Todos disfrutando, saludándome e invitándome a que me uniera a ellos. Grandes sentimientos de incomodidad y repulsión afloraron en mí, ya que no encontraba ni razón ni gana alguna de volver a ver toda aquella gente de la que no guardaba un buen recuerdo. Pero allí estaban, insistiendo en que me sentara con ellos.
Con una bonita sonrisa fingida, alegue estar ocupado y escape de allí como pude, apareciendo en otra sala, donde unas caras más amables me sonrieron. Mi familia, los pocos miembros más cercanos estaban allí, sonriendo y charlando. Me alegre de verlos, pero la sensación de irrealidad que emanaban sus gestos, expresiones y su manera de hablar y comportarse también me tiraron un poco para atrás.
Me sentía totalmente fuera de lugar, como si todo encajara menos yo, nada me daba una sensación cálida, aun siendo todo perfecto y sin ninguna preocupación aparente.
Paseando por el enorme recinto con estos pensamientos en mente, me tope con un hombre, vestido de “smoking”, calvo, muy pálido, con unos ojos, nariz y boca tan pequeños que prácticamente parecía una persona sin rostro. Me miro, (al menos eso parecía) y con una voz metálica me dio a entender, que el recinto en breves cerraría sus puertas para siempre y que estaba invitado a quedarme en aquel lugar para siempre o marcharme.
Una ligera angustia me asalto y decidí volver sobre mis pasos para avisar a los más cercanos a mí, pero al explicarles lo ocurrido simplemente me sonrieron y también me propusieron quedarme con ellos. Con desgana, me separe de ellos y me dirigí a la habitación en la que desperté. Si iba a salir de aquel lugar al menos recogería mis cosas. Me acerque a mis flores para ver si me las podría llevar y con un malestar terrible observe que estaban plagadas de gusanos y bichos negros con muchas patas. Al intentar matar uno, de dentro de su cuerpo salían dos más como él. Entendí que no me las podría llevar conmigo y me aparte de ellas con una gran pena. Entonces fui a recoger los objetos de encima de la mesa, que no eran más que unas postales y unas fotos, que por alguna extraña razón no se despegaban de la mesa y al no querer partirlas también las dejé donde estaban. La angustia se acrecentaba y la sensación de que se me echaba el tiempo encima para tomar una decisión también. Me acerque a los libros que intente meter en una mochila que tenía cerca. Cada vez que metía los libros comprobaba que podía ponerlos de maneras distintas para que cupiesen más, pero cada vez que los sacaba estos se hacían un poco más grandes y cada vez cabían menos. Dándome cuenta de que cada vez tenía menos tiempo, deje los libros allí y salí de la habitación no sin antes mirar bien lo que dejaba atrás, como para retenerlo en mi memoria al menos.
Volví hacia donde se encontraba mi familia evitando las viejas caras conocidas y les volví a insistir en que nos fuéramos. Todos y cada uno de ellos me sonrió y con la mirada fija me preguntaron que por que quería irme de aquel lugar.
Con desesperación ya, decidí apartarme de ellos y me acerque a la salida. En aquel momento la inquietud y el tormento eran inmensos. Por un lado la enorme puerta de salida se iba cerrando lentamente y por el otro, todo mi mundo conocido se encontraba en aquel lugar. Me sentía incapaz de decidir.
A cada instante estaba más turbado, pero entonces, cayó un rallo y me desperté en mi cama, en mi habitación y era por la mañana. Unas gotas de lluvia chocaban en el cristal de mi ventana y el retumbar de un rayo lejano iba desapareciendo.
Pero la gran duda seguía allí… ¿hubiese sido capaz de abandonar todo lo que me era familiar y conocido, aun no siendo del todo agradable, por una libertad incierta?
Totalmente incomodo por encontrarme en un lugar tan elegante, me incorpore, vestí y salí de allí.
Al salir, vi un montón de puertas numeradas, por lo que deduje que me encontraba en una especie de hotel, así que con paso ligero me dirigí a la salida. Por mi sorpresa, no del todo agradable, al bajar las escaleras, me encontrarme en un salón inmenso lleno de mesas donde se servía comida y bebida y en abundancia, y allí estaban, disfrutando de aquel manjar, antiguos compañeros de colegio, instituto y trabajos que ya para mí se perdieron en la inmensidad del tiempo y la memoria. Todos disfrutando, saludándome e invitándome a que me uniera a ellos. Grandes sentimientos de incomodidad y repulsión afloraron en mí, ya que no encontraba ni razón ni gana alguna de volver a ver toda aquella gente de la que no guardaba un buen recuerdo. Pero allí estaban, insistiendo en que me sentara con ellos.
Con una bonita sonrisa fingida, alegue estar ocupado y escape de allí como pude, apareciendo en otra sala, donde unas caras más amables me sonrieron. Mi familia, los pocos miembros más cercanos estaban allí, sonriendo y charlando. Me alegre de verlos, pero la sensación de irrealidad que emanaban sus gestos, expresiones y su manera de hablar y comportarse también me tiraron un poco para atrás.
Me sentía totalmente fuera de lugar, como si todo encajara menos yo, nada me daba una sensación cálida, aun siendo todo perfecto y sin ninguna preocupación aparente.
Paseando por el enorme recinto con estos pensamientos en mente, me tope con un hombre, vestido de “smoking”, calvo, muy pálido, con unos ojos, nariz y boca tan pequeños que prácticamente parecía una persona sin rostro. Me miro, (al menos eso parecía) y con una voz metálica me dio a entender, que el recinto en breves cerraría sus puertas para siempre y que estaba invitado a quedarme en aquel lugar para siempre o marcharme.
Una ligera angustia me asalto y decidí volver sobre mis pasos para avisar a los más cercanos a mí, pero al explicarles lo ocurrido simplemente me sonrieron y también me propusieron quedarme con ellos. Con desgana, me separe de ellos y me dirigí a la habitación en la que desperté. Si iba a salir de aquel lugar al menos recogería mis cosas. Me acerque a mis flores para ver si me las podría llevar y con un malestar terrible observe que estaban plagadas de gusanos y bichos negros con muchas patas. Al intentar matar uno, de dentro de su cuerpo salían dos más como él. Entendí que no me las podría llevar conmigo y me aparte de ellas con una gran pena. Entonces fui a recoger los objetos de encima de la mesa, que no eran más que unas postales y unas fotos, que por alguna extraña razón no se despegaban de la mesa y al no querer partirlas también las dejé donde estaban. La angustia se acrecentaba y la sensación de que se me echaba el tiempo encima para tomar una decisión también. Me acerque a los libros que intente meter en una mochila que tenía cerca. Cada vez que metía los libros comprobaba que podía ponerlos de maneras distintas para que cupiesen más, pero cada vez que los sacaba estos se hacían un poco más grandes y cada vez cabían menos. Dándome cuenta de que cada vez tenía menos tiempo, deje los libros allí y salí de la habitación no sin antes mirar bien lo que dejaba atrás, como para retenerlo en mi memoria al menos.
Volví hacia donde se encontraba mi familia evitando las viejas caras conocidas y les volví a insistir en que nos fuéramos. Todos y cada uno de ellos me sonrió y con la mirada fija me preguntaron que por que quería irme de aquel lugar.
Con desesperación ya, decidí apartarme de ellos y me acerque a la salida. En aquel momento la inquietud y el tormento eran inmensos. Por un lado la enorme puerta de salida se iba cerrando lentamente y por el otro, todo mi mundo conocido se encontraba en aquel lugar. Me sentía incapaz de decidir.
A cada instante estaba más turbado, pero entonces, cayó un rallo y me desperté en mi cama, en mi habitación y era por la mañana. Unas gotas de lluvia chocaban en el cristal de mi ventana y el retumbar de un rayo lejano iba desapareciendo.
Pero la gran duda seguía allí… ¿hubiese sido capaz de abandonar todo lo que me era familiar y conocido, aun no siendo del todo agradable, por una libertad incierta?
viernes, 29 de enero de 2010
Sr. Yarok
Un día como cualquier otro, el Sr. Yarok se levanto de la cama, pero en esta ocasión se levanto con un enorme agujero en el pecho. Se fijo en él al dirigirse al baño para tomar su ducha matutina y observarse en el espejo.
Tal visión aunque sorprendente, no causo ningún efecto en él. Se lo tomo como cuando alguien se levanta y descubre una cana nueva. Sin darle más importancia, se ducho y vistió para irse al trabajo con la misma templanza con la que se fijo en el hoyo de su pecho.
Es importante resaltar, que el Sr. Yarok, no era para nada una persona moderada. Su egocentrismo y ganas de ser visto por la gente, superaban con creces al cartel más luminoso que alguien se pueda imaginar.
Para sus conocidos, a veces resultaba incluso irritante. Cuando se reunían, él tenía siempre la última palabra, siempre sabía más, siempre era más que los demás, siempre más sin serlo, tanto para lo bueno como lo malo. Incluso si alguien había bebido más de lo debido, él alegaba ante todos que él estaba aun más ebrio y lo demostraba con ridículas exhibiciones de supuesta embriaguez que hacían aparecer en sus congéneres el sentimiento de vergüenza ajena.
Esa obsesión por ser visto, le ponía en más de una situación ridícula de telecomedia, pero a él no le desagradaba, es más, lo buscaba con ahínco para sentirse parte de algo.
En sí, era una persona bastante patética, que no consiguió nada en su vida en ningún aspecto y el Sr. Yarok era muy consciente de ello. Su manera de autoafirmarse era a través de su egocentrismo y de declararse públicamente superior y más interesante que los demás.
Pero esa mañana, todo ese carácter desapareció de repente, junto a un pedazo de su tórax.
Continuó su día con normalidad, tanto en el trabajo como con sus amistades, pero, las personas de su alrededor al percibir ese cambio en su carácter, se relajaron un poco ante su presencia y a consecuencia de ello, día tras día, fueron apreciando más el tiempo que pasaban con el Sr. Yarok, en vez de estar mirando el reloj para calcular el tiempo en que fuera políticamente correcto decir: “Disculpa, se hace tarde y mañana tengo que madrugar”.
Fue una época de mucha actividad social para el Sr. Yarok. La gente le llamaba para reunirse con él, las mujeres le miraban con otros ojos y en su trabajo empezaba a ser respetado. Por desgracia, el Sr. Yarok era incapaz de sentir nada de nada desde que le faltaba un pedazo de sí mismo. Pero en el fondo de su conciencia apreciaba todo aquello.
Paso el tiempo y la novedad fue convirtiéndose en costumbre. A la gente ya no le interesaba el Sr. Yarok. A los ojos de sus amistades paso a convertirse en una persona sumamente aburrida. En su trabajo le veían como un pasota aunque cumpliese con lo exigido. Poco a poco, la gente dejo de dirigirle la palabra y se fue quedando más y más solo. Aunque él quería cambiar esa situación con todo su corazón, fue incapaz de hacerlo, principalmente porque ya no tenía su corazón con él. Era incapaz de mostrar sentimiento alguno, pero si sentía claramente la angustia de ver derrumbarse el mundo que le rodeaba.
Cada día su angustia era mayor, cada instante era un infierno, ya que su cabeza lucida quería volver a su situación anterior pero su desaparecido corazón le impedía expresar ni sentir emoción alguna.
Acabo viviendo como un ermitaño, obsesionado con su vacio, creyendo que a cada instante este crecía más y más. Se quedo horrorizado al descubrir que en efecto así era y eso acrecentaba su obsesión y su ansia para volver a sentir algo de nuevo. Tal fue su empeño, que lo último que sintió fue su cuerpo aplastado contra el asfalto.
Aun así, su corazón egocéntrico siguió latiendo, en otra parte, alejado de su cuerpo inerte.
Tal visión aunque sorprendente, no causo ningún efecto en él. Se lo tomo como cuando alguien se levanta y descubre una cana nueva. Sin darle más importancia, se ducho y vistió para irse al trabajo con la misma templanza con la que se fijo en el hoyo de su pecho.
Es importante resaltar, que el Sr. Yarok, no era para nada una persona moderada. Su egocentrismo y ganas de ser visto por la gente, superaban con creces al cartel más luminoso que alguien se pueda imaginar.
Para sus conocidos, a veces resultaba incluso irritante. Cuando se reunían, él tenía siempre la última palabra, siempre sabía más, siempre era más que los demás, siempre más sin serlo, tanto para lo bueno como lo malo. Incluso si alguien había bebido más de lo debido, él alegaba ante todos que él estaba aun más ebrio y lo demostraba con ridículas exhibiciones de supuesta embriaguez que hacían aparecer en sus congéneres el sentimiento de vergüenza ajena.
Esa obsesión por ser visto, le ponía en más de una situación ridícula de telecomedia, pero a él no le desagradaba, es más, lo buscaba con ahínco para sentirse parte de algo.
En sí, era una persona bastante patética, que no consiguió nada en su vida en ningún aspecto y el Sr. Yarok era muy consciente de ello. Su manera de autoafirmarse era a través de su egocentrismo y de declararse públicamente superior y más interesante que los demás.
Pero esa mañana, todo ese carácter desapareció de repente, junto a un pedazo de su tórax.
Continuó su día con normalidad, tanto en el trabajo como con sus amistades, pero, las personas de su alrededor al percibir ese cambio en su carácter, se relajaron un poco ante su presencia y a consecuencia de ello, día tras día, fueron apreciando más el tiempo que pasaban con el Sr. Yarok, en vez de estar mirando el reloj para calcular el tiempo en que fuera políticamente correcto decir: “Disculpa, se hace tarde y mañana tengo que madrugar”.
Fue una época de mucha actividad social para el Sr. Yarok. La gente le llamaba para reunirse con él, las mujeres le miraban con otros ojos y en su trabajo empezaba a ser respetado. Por desgracia, el Sr. Yarok era incapaz de sentir nada de nada desde que le faltaba un pedazo de sí mismo. Pero en el fondo de su conciencia apreciaba todo aquello.
Paso el tiempo y la novedad fue convirtiéndose en costumbre. A la gente ya no le interesaba el Sr. Yarok. A los ojos de sus amistades paso a convertirse en una persona sumamente aburrida. En su trabajo le veían como un pasota aunque cumpliese con lo exigido. Poco a poco, la gente dejo de dirigirle la palabra y se fue quedando más y más solo. Aunque él quería cambiar esa situación con todo su corazón, fue incapaz de hacerlo, principalmente porque ya no tenía su corazón con él. Era incapaz de mostrar sentimiento alguno, pero si sentía claramente la angustia de ver derrumbarse el mundo que le rodeaba.
Cada día su angustia era mayor, cada instante era un infierno, ya que su cabeza lucida quería volver a su situación anterior pero su desaparecido corazón le impedía expresar ni sentir emoción alguna.
Acabo viviendo como un ermitaño, obsesionado con su vacio, creyendo que a cada instante este crecía más y más. Se quedo horrorizado al descubrir que en efecto así era y eso acrecentaba su obsesión y su ansia para volver a sentir algo de nuevo. Tal fue su empeño, que lo último que sintió fue su cuerpo aplastado contra el asfalto.
Aun así, su corazón egocéntrico siguió latiendo, en otra parte, alejado de su cuerpo inerte.
domingo, 24 de enero de 2010
Oran.
Oran vivía en un mundo de locos.
En el momento en que adquirió conciencia, se dio cuenta de que todo lo que le rodeaba parecía faltarle un tornillo. Por alguna extraña razón, la gente no hacía más que locuras para resolver sus problemas. Su mundo estaba lleno de guerras por razones que hasta sus líderes trastornados desconocían. En los países nada funcionaba como debería ya que toda la logística la llevaba un departamento donde la mitad del personal sabia solo leer y la otra mitad solo escribir. En su ciudad, en vez de haber tribus urbanas diferenciadas por la moda, estas se diferenciaban por su enfermedad mental. Los paranoicos pasaban de los de trastorno bipolar, mientras que estos no paraban de pelearse con los esquizofrénicos que a su vez despreciaban a los suicidas, y en medio de todo esto, se encontraba Oran.
En su etapa adolescente, intento encajar en algún grupo. Con los que más tenía afinidad eran los paranoicos, ya que de vez en cuando sentía que le vigilaban. Pero a su favor o a su desgracia, él no padecía ningún trastorno mental. Se sentía tan fuera de lugar que empezó a dudar de si en realidad eran los demás los que eran normales y él el que tenía el problema. Ese pensamiento le persiguió hasta el final de sus días. Pero, como buen chico espabilado y capaz encontró la manera de camuflarse en esta sociedad tan peculiar.
De todos modos, Oran se negó a creer que todos a su alrededor estuvieran mal de la cabeza y dedico su vida a encontrar gente como él. Viajaba de ciudad en ciudad e iba conociendo gente nueva. No obstante, cada vez que conocía a un grupo nuevo de personas, estas no tardaban en manifestar delante de él uno u otro trastorno.
Ocurrió en una ocasión, en algún lugar de ese loco mundo, que se encontró a un tal Purple en una ciudad lejana. No tenía pinta de estar menos loco que las demás personas que conoció, pero se paso, de todos modos, un cierto tiempo con esa persona que solo hablaba del sentido espiritual de las cosas y la finalidad de seguir un camino.
No le aporto mucho, pero le despertó la curiosidad por la religión y la metafísica. Aun así, Oran no conseguía integrarse en ningún grupo. En la mayoría de comunidades religiosas que encontraba,resultaban no ser más que un grupo de suicidas que decidían beber conjuntamente un buen trago de lejía o autolesionarse.
Un día, al cabo de un tiempo cuando Oran ya se resignaba a su soledad, paseando por la calle de noche, se le acerco un hombre. Era mucho mayor que Oran, tanto en edad como en altura y envergadura. Llevaba un gorro de lana y unos guantes de esos que no cubren los dedos. Ese hombre se acerco a Oran tan de prisa que este, asustado, dio un par de pasos atrás encontrándose una pared a sus espaldas que le impedía la huida.
El hombre le miro con unos ojos vacios y dibujo una sonrisa enorme con muchos dientes, algo torcidos y amarillentos.
- Hola –le dijo.
- …Hola – contesto Oran con una voz temblorosa.
- No sé si te has dado cuenta, pero… - y miro de lado a lado como si temiese que alguien aparte de Oran le oyera- pero, vivimos en un mundo lleno de chiflados.
Al oír eso, Oran palideció. ¿Podría ser que después de tanto tiempo encontrase a otra persona como él, que se diese cuenta de eso? Intento contestarle, pero el hombre le mando callar con un gesto y le dijo mientras se agachaba un poco para poner sus ojos a la altura de los de Oran:
- Llevo un tiempo observándote, para estar seguro, y creo que tu también te has dado cuenta que esto no puede ser normal, que todos estén locos menos nosotros.
Con cada palaba Oran se emocionaba más y más, el color volvió a su cara superado el susto inicial y una lagrimita de felicidad empezaba a asomarle por el borde del ojo. Un montón de preguntas le asaltaron a la cabeza: ¿Cuándo se dio cuenta?, ¿Cómo se fijo en él?, etc. Pero antes de poder formularlas el hombre que tenía delante de él sonrió aun más y continúo diciendo con énfasis:
- Al observarte me he dado cuenta… ¡cuenta de que eres tu el que provoca la locura de la gente con tu presencia!
Tal declaración pillo por sorpresa a Oran, quien se quedo pasmado durante un instante, solo durante un instante, ya que al siguiente su corazón dejaba de latir y un hombre enorme con una enorme sonrisa que tenía delante retiraba un chuchillo ensangrentado. Lo retiraba una y otra vez, pero eso a nuestro protagonista ya no le importaba.
Oran vivía en un mundo de locos.
En el momento en que adquirió conciencia, se dio cuenta de que todo lo que le rodeaba parecía faltarle un tornillo. Por alguna extraña razón, la gente no hacía más que locuras para resolver sus problemas. Su mundo estaba lleno de guerras por razones que hasta sus líderes trastornados desconocían. En los países nada funcionaba como debería ya que toda la logística la llevaba un departamento donde la mitad del personal sabia solo leer y la otra mitad solo escribir. En su ciudad, en vez de haber tribus urbanas diferenciadas por la moda, estas se diferenciaban por su enfermedad mental. Los paranoicos pasaban de los de trastorno bipolar, mientras que estos no paraban de pelearse con los esquizofrénicos que a su vez despreciaban a los suicidas, y en medio de todo esto, se encontraba Oran.
En su etapa adolescente, intento encajar en algún grupo. Con los que más tenía afinidad eran los paranoicos, ya que de vez en cuando sentía que le vigilaban. Pero a su favor o a su desgracia, él no padecía ningún trastorno mental. Se sentía tan fuera de lugar que empezó a dudar de si en realidad eran los demás los que eran normales y él el que tenía el problema. Ese pensamiento le persiguió hasta el final de sus días. Pero, como buen chico espabilado y capaz encontró la manera de camuflarse en esta sociedad tan peculiar.
De todos modos, Oran se negó a creer que todos a su alrededor estuvieran mal de la cabeza y dedico su vida a encontrar gente como él. Viajaba de ciudad en ciudad e iba conociendo gente nueva. No obstante, cada vez que conocía a un grupo nuevo de personas, estas no tardaban en manifestar delante de él uno u otro trastorno.
Ocurrió en una ocasión, en algún lugar de ese loco mundo, que se encontró a un tal Purple en una ciudad lejana. No tenía pinta de estar menos loco que las demás personas que conoció, pero se paso, de todos modos, un cierto tiempo con esa persona que solo hablaba del sentido espiritual de las cosas y la finalidad de seguir un camino.
No le aporto mucho, pero le despertó la curiosidad por la religión y la metafísica. Aun así, Oran no conseguía integrarse en ningún grupo. En la mayoría de comunidades religiosas que encontraba,resultaban no ser más que un grupo de suicidas que decidían beber conjuntamente un buen trago de lejía o autolesionarse.
Un día, al cabo de un tiempo cuando Oran ya se resignaba a su soledad, paseando por la calle de noche, se le acerco un hombre. Era mucho mayor que Oran, tanto en edad como en altura y envergadura. Llevaba un gorro de lana y unos guantes de esos que no cubren los dedos. Ese hombre se acerco a Oran tan de prisa que este, asustado, dio un par de pasos atrás encontrándose una pared a sus espaldas que le impedía la huida.
El hombre le miro con unos ojos vacios y dibujo una sonrisa enorme con muchos dientes, algo torcidos y amarillentos.
- Hola –le dijo.
- …Hola – contesto Oran con una voz temblorosa.
- No sé si te has dado cuenta, pero… - y miro de lado a lado como si temiese que alguien aparte de Oran le oyera- pero, vivimos en un mundo lleno de chiflados.
Al oír eso, Oran palideció. ¿Podría ser que después de tanto tiempo encontrase a otra persona como él, que se diese cuenta de eso? Intento contestarle, pero el hombre le mando callar con un gesto y le dijo mientras se agachaba un poco para poner sus ojos a la altura de los de Oran:
- Llevo un tiempo observándote, para estar seguro, y creo que tu también te has dado cuenta que esto no puede ser normal, que todos estén locos menos nosotros.
Con cada palaba Oran se emocionaba más y más, el color volvió a su cara superado el susto inicial y una lagrimita de felicidad empezaba a asomarle por el borde del ojo. Un montón de preguntas le asaltaron a la cabeza: ¿Cuándo se dio cuenta?, ¿Cómo se fijo en él?, etc. Pero antes de poder formularlas el hombre que tenía delante de él sonrió aun más y continúo diciendo con énfasis:
- Al observarte me he dado cuenta… ¡cuenta de que eres tu el que provoca la locura de la gente con tu presencia!
Tal declaración pillo por sorpresa a Oran, quien se quedo pasmado durante un instante, solo durante un instante, ya que al siguiente su corazón dejaba de latir y un hombre enorme con una enorme sonrisa que tenía delante retiraba un chuchillo ensangrentado. Lo retiraba una y otra vez, pero eso a nuestro protagonista ya no le importaba.
Oran vivía en un mundo de locos.
martes, 19 de enero de 2010
El Sr. Beige
El señor Beige era una persona sencilla, su vida consistía en una inquebrantable rutina que él seguía con devoción. Cada día tomaba los mismos alimentos, se vestía igual que siempre con su ropa ya pasada de moda e iba por el mismo camino hacia su trabajo de siempre, que básicamente consistía en dar unas aburridas clases de historia.
Era una persona pálida y enjuta que pasaba fácilmente inadvertida a los ojos de toda la humanidad, lo que le provocaba que prácticamente no tuviese contacto con la sociedad. Pero a él no le importaba ya que conocer gente nueva aletearía su rutina.
Ocurrió en más de una ocasión en que algún alumno suyo para caerle simpático intentaba entablar una conversación insustancial fuera del horario docente, cosa que lamentaba a los pocos minutos al darse cuenta de que era imposible encontrar algo de qué hablar con el señor Beige que siempre se limitaba a evadir la mirada y contestar con leves expresiones faciales o asintiendo con la cabeza. No malgastaba palabra alguna, como si su sustento dependiera de ello y así se comportaba con todo el mundo.
En si era una persona bastante misteriosa a los ojos de la sociedad, ya que nada se sabía de él o de su familia. Pero los que se dignaban a intentar conocer sus misterios quedaban defraudados al descubrir que en realidad no escondía nada de nada. Era tal y como se mostraba ante la gente.
Durante el transcurso de su larga vida adulta, los elementos innovadores que iba incorporando a su monotonía no eran más que los estrictamente necesarios por los avances tecnológicos creados para la sociedad. Prácticamente se podían contar con los dedos de una mano las veces que abandono su eterna rutina. Por ejemplo la vez que fue a comprarse en los años 40 su primer televisor para así poder ahorrarse tener que ir al quiosco a comprar su periódico matutino para conocer las noticias del mundo que le rodeaba. Tal suceso estaba motivado principalmente para ahorrarse tener que ver al quiosquero cada mañana, que no era una persona muy agradable a los ojos del Sr. Beige. Aunque en realidad nadie era del agrado del Sr. Beige.
En una ocasión se compro un ordenador con la única finalidad de poder buscar información para sus clases en internet y no tener que ir a la biblioteca de su zona y encontrarse con algún conocido que le diera cháchara o con gente que estuviese ojeando los libros que el necesitaba y tener que renunciar a la información solo para no entablar una conversación.
Por lo demás, seguía con su monotonía día tras día. Ocasionalmente cambiaba de puesto de trabajo, pero no de profesión. Trasladaba con él sus aburridas clases y su aburrida vida a otra parte para cambiar de aires. Se supo de él que a las pocas décadas después de la terraformación de la luna, traslado allí su vida donde practica su amada y aburrida rutina día tras día tras día y donde se cree que aún sigue hoy día.
Pero de eso ya hace mucho tiempo.
Era una persona pálida y enjuta que pasaba fácilmente inadvertida a los ojos de toda la humanidad, lo que le provocaba que prácticamente no tuviese contacto con la sociedad. Pero a él no le importaba ya que conocer gente nueva aletearía su rutina.
Ocurrió en más de una ocasión en que algún alumno suyo para caerle simpático intentaba entablar una conversación insustancial fuera del horario docente, cosa que lamentaba a los pocos minutos al darse cuenta de que era imposible encontrar algo de qué hablar con el señor Beige que siempre se limitaba a evadir la mirada y contestar con leves expresiones faciales o asintiendo con la cabeza. No malgastaba palabra alguna, como si su sustento dependiera de ello y así se comportaba con todo el mundo.
En si era una persona bastante misteriosa a los ojos de la sociedad, ya que nada se sabía de él o de su familia. Pero los que se dignaban a intentar conocer sus misterios quedaban defraudados al descubrir que en realidad no escondía nada de nada. Era tal y como se mostraba ante la gente.
Durante el transcurso de su larga vida adulta, los elementos innovadores que iba incorporando a su monotonía no eran más que los estrictamente necesarios por los avances tecnológicos creados para la sociedad. Prácticamente se podían contar con los dedos de una mano las veces que abandono su eterna rutina. Por ejemplo la vez que fue a comprarse en los años 40 su primer televisor para así poder ahorrarse tener que ir al quiosco a comprar su periódico matutino para conocer las noticias del mundo que le rodeaba. Tal suceso estaba motivado principalmente para ahorrarse tener que ver al quiosquero cada mañana, que no era una persona muy agradable a los ojos del Sr. Beige. Aunque en realidad nadie era del agrado del Sr. Beige.
En una ocasión se compro un ordenador con la única finalidad de poder buscar información para sus clases en internet y no tener que ir a la biblioteca de su zona y encontrarse con algún conocido que le diera cháchara o con gente que estuviese ojeando los libros que el necesitaba y tener que renunciar a la información solo para no entablar una conversación.
Por lo demás, seguía con su monotonía día tras día. Ocasionalmente cambiaba de puesto de trabajo, pero no de profesión. Trasladaba con él sus aburridas clases y su aburrida vida a otra parte para cambiar de aires. Se supo de él que a las pocas décadas después de la terraformación de la luna, traslado allí su vida donde practica su amada y aburrida rutina día tras día tras día y donde se cree que aún sigue hoy día.
Pero de eso ya hace mucho tiempo.
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