Oran vivía en un mundo de locos.
En el momento en que adquirió conciencia, se dio cuenta de que todo lo que le rodeaba parecía faltarle un tornillo. Por alguna extraña razón, la gente no hacía más que locuras para resolver sus problemas. Su mundo estaba lleno de guerras por razones que hasta sus líderes trastornados desconocían. En los países nada funcionaba como debería ya que toda la logística la llevaba un departamento donde la mitad del personal sabia solo leer y la otra mitad solo escribir. En su ciudad, en vez de haber tribus urbanas diferenciadas por la moda, estas se diferenciaban por su enfermedad mental. Los paranoicos pasaban de los de trastorno bipolar, mientras que estos no paraban de pelearse con los esquizofrénicos que a su vez despreciaban a los suicidas, y en medio de todo esto, se encontraba Oran.
En su etapa adolescente, intento encajar en algún grupo. Con los que más tenía afinidad eran los paranoicos, ya que de vez en cuando sentía que le vigilaban. Pero a su favor o a su desgracia, él no padecía ningún trastorno mental. Se sentía tan fuera de lugar que empezó a dudar de si en realidad eran los demás los que eran normales y él el que tenía el problema. Ese pensamiento le persiguió hasta el final de sus días. Pero, como buen chico espabilado y capaz encontró la manera de camuflarse en esta sociedad tan peculiar.
De todos modos, Oran se negó a creer que todos a su alrededor estuvieran mal de la cabeza y dedico su vida a encontrar gente como él. Viajaba de ciudad en ciudad e iba conociendo gente nueva. No obstante, cada vez que conocía a un grupo nuevo de personas, estas no tardaban en manifestar delante de él uno u otro trastorno.
Ocurrió en una ocasión, en algún lugar de ese loco mundo, que se encontró a un tal Purple en una ciudad lejana. No tenía pinta de estar menos loco que las demás personas que conoció, pero se paso, de todos modos, un cierto tiempo con esa persona que solo hablaba del sentido espiritual de las cosas y la finalidad de seguir un camino.
No le aporto mucho, pero le despertó la curiosidad por la religión y la metafísica. Aun así, Oran no conseguía integrarse en ningún grupo. En la mayoría de comunidades religiosas que encontraba,resultaban no ser más que un grupo de suicidas que decidían beber conjuntamente un buen trago de lejía o autolesionarse.
Un día, al cabo de un tiempo cuando Oran ya se resignaba a su soledad, paseando por la calle de noche, se le acerco un hombre. Era mucho mayor que Oran, tanto en edad como en altura y envergadura. Llevaba un gorro de lana y unos guantes de esos que no cubren los dedos. Ese hombre se acerco a Oran tan de prisa que este, asustado, dio un par de pasos atrás encontrándose una pared a sus espaldas que le impedía la huida.
El hombre le miro con unos ojos vacios y dibujo una sonrisa enorme con muchos dientes, algo torcidos y amarillentos.
- Hola –le dijo.
- …Hola – contesto Oran con una voz temblorosa.
- No sé si te has dado cuenta, pero… - y miro de lado a lado como si temiese que alguien aparte de Oran le oyera- pero, vivimos en un mundo lleno de chiflados.
Al oír eso, Oran palideció. ¿Podría ser que después de tanto tiempo encontrase a otra persona como él, que se diese cuenta de eso? Intento contestarle, pero el hombre le mando callar con un gesto y le dijo mientras se agachaba un poco para poner sus ojos a la altura de los de Oran:
- Llevo un tiempo observándote, para estar seguro, y creo que tu también te has dado cuenta que esto no puede ser normal, que todos estén locos menos nosotros.
Con cada palaba Oran se emocionaba más y más, el color volvió a su cara superado el susto inicial y una lagrimita de felicidad empezaba a asomarle por el borde del ojo. Un montón de preguntas le asaltaron a la cabeza: ¿Cuándo se dio cuenta?, ¿Cómo se fijo en él?, etc. Pero antes de poder formularlas el hombre que tenía delante de él sonrió aun más y continúo diciendo con énfasis:
- Al observarte me he dado cuenta… ¡cuenta de que eres tu el que provoca la locura de la gente con tu presencia!
Tal declaración pillo por sorpresa a Oran, quien se quedo pasmado durante un instante, solo durante un instante, ya que al siguiente su corazón dejaba de latir y un hombre enorme con una enorme sonrisa que tenía delante retiraba un chuchillo ensangrentado. Lo retiraba una y otra vez, pero eso a nuestro protagonista ya no le importaba.
Oran vivía en un mundo de locos.
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