domingo, 25 de julio de 2010

La vida de X

Sonó el despertador y X se levanto. Era uno de esos despertadores pequeños y baratos. Se lo compro tan solo hace la semana y ya tenía la tapa de las pilas rota, por lo que al apagarlo, la pila salió disparada y se fue rodando bajo la cama.

Era de día, aunque en la habitación de X no se notaba. Vivía en una de esas casas, que parecía vieja aunque no lo fuese tanto. Una de esas casas mal montadas, donde la única y pequeña ventana que tenía en su habitación daba a una especie de patio interno donde no llegaba la luz solar. El resto de la casa con todo el suelo de racholas donde siempre le faltaba alguna o tenía un par rotas en cada estancia, era también de reducido tamaño y en las paredes se veían cables eléctricos pintados y repintados que ya estaban grises de la cantidad de polvo que tenían adheridos. Los techos, altos, estaban plagados de telarañas llenas de polvo, X las veía cada día y se decía que ya pediría una escalera al vecino en algún momento, cuando tuviese tiempo y ganas para limpiaría eso. Aunque, sabía que no serviría de nada, en esa casa, por mucho que la limpiaras siempre tenía aspecto de estar algo sucia y apagada, y aunque le dedicases todas tus fuerzas, la única manera de que esa casa estuviese 100% limpia seria derullendola, pero X podía decir gracias de que tenía un alquiler relativamente barato por vivir allí.

Se decidió a levantarse y se dirigió a la cocina (la estancia más grande de toda la casa), abrió su vieja nevera que no hacia más que emitir un ruido molesto y constante del ventilador que se oía más fuerte al abrir la puertecita de la nevera. Esta, estaba llena conservas, cosas a medio pudrir y bastante suciedad pegada en el fondo de ella. Solo al abrirla y notar ese olor de cerrado frio, a X se le pasaron las ganas de comer nada. Se acerco al fregadero, este estaba mal montado y no aislaba bien el desagüe, que emitía un olor de cloaca, sobre todo si abrías el grifo y corría algo de agua. En si la cocina siempre repugno a X, las paredes estaban pegajosas de la gasa al cocinar ya que el extractor de humos no funcionaba desde hacía años, y a esa grasa se le pegaba capas y capas de polvo de décadas atrás. En la pica, por estar mal montada se tenía que ir con cuidado en verano de no dejar ningún plato sucio, o de la alcantarilla subían babosas que se instalaban entre las junturas de silicona (ya negra por el pasar de los años).

Sin prestar más atención a esa imagen ya conocida, X miro por debajo de la pica donde estaban las bombonas de butano, comprobó que todas estaban vacías y una estaba conectada al cabezal de la caldera. La levanto un poco para saber la cantidad de gas que le quedaba, no mucha al parecer por la facilidad en que levanto la bombona. Se le empezó a echar el tiempo encima así que encendió la caldera con una cerilla y se fue a la ducha para despejarse un poco e ir a trabajar.

El baño era minúsculo y del techo colgaban dos cablecitos llenos de polvo que daban energía a una pequeña bombilla de luz amarillenta. Las paredes eran de un color verde amarillento que X siempre se pregunto si era el color original de esa pared o no, ya que el pasar del tiempo y el vapor abrían cambiado la tonalidad de la pared seguro.
Abrió el grifo y salió un pequeño chorrito de agua templada (en ese edificio nunca había suficiente presión de agua), ese chorrito a los pocos minutos fue de agua completamente fría. Eso era seguramente porque la caldera se ahogo por algún motivo, como siempre, y X tuvo que salir de la ducha y volver a encender la caldera con una cerilla. Volvió corriendo a la ducha e intento disfrutar lo mejor que pudo de ese pequeño chorro sin presión de agua templada.

Volvió a su habitación y cogió su ropa de trabajo, un uniforme de una cadena de comida rápida. El uniforme, por mucho que lo lavase olía a sudor y a fritanga de manera penetrante, o eso pensaba X, ya que después de años quizá asociaba ese olor a esa prenda de ropa y no era más que un efecto sicosomático. Fuese lo que fuese, a X le daba mucho reparo ponerse esa ropa, ya que no había vestuarios en su trabajo y tenía que ir con ella puesta los 15 minutos de trayecto en metro hasta llegar a su trabajo, con la sensación de que la gente se apartaba de el por ese olor. Luego en el trabajo se pasaba 8 horas detrás de una freidora sudando y haciendo “comida”.

Esa era su vida, y lo sigue siendo, día tras día.

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